No sé si alguna vez os ha ocurrido que por mucho que intentas una cosa no consigues dar con la tecla para conectar con lo que estás intentando. Hay algo que siempre impide la conexión.
Antes de empezar con este proyecto, yo estaba muy tranquilo en casa. Desde el 2017, incluso un poco antes, me dediqué a lo que me tenía que dedicar que no era otra cosa que lo que había estudiado. Ese año, tras dos años navegando en solitario, abrí un negocio con un amigo y con muchos vaivenes durante el camino este negocio sigue en pie y más vivo que nunca.
Mi problema siempre ha sido que no puedo centrarme en una sola cosa. Es como si tuviera que explorar constantemente, hacia fuera y hacia dentro, con todo lo que me cruzo.
Unos años más tarde empecé a estudiar de nuevo y me topé con una persona que iba a meterme en otro lio. Fue en ese preciso instante cuando empecé a trabajar en el podcast.
Yo no estaba acostumbrado a hablar con personas sobre temas que no dominaba. Menos con un micro y con plena consciencia que eso iba a publicarse.
Ya podéis imaginar cómo fueron esos primeros podcast. Las primeras charlas con los autores y autoras. Me sentía inseguro y cumplía con todos las características del síndrome del impostor.
Con el tiempo me fui adaptando a la situación. Lo que al principio me generaba nervios e inseguridad por querer tenerlo todo bajo control, quería tener preparado hasta el último detalle, fue dejando paso a un estado de cierto dominio y tranquilidad que incluso dejaba margen para la improvisación.
Hoy puedo decir que tras más de tres años citándome con personas para hablar sobre sus libros puedo disfrutarlo con mucha más calma y naturalidad.
No fue fácil y me ha costado momentos muy angustiosos en los que estaba realmente nervioso. Pero eso no fue lo peor. Lo realmente preocupante es que no disfruté lo que tenía que disfrutar porque estaba enfocado en el resultado. Yo sentía que no escuchaba a la persona con la que me citaba porque estaba pendiente de lo que yo tenía que decir. Error.
Afortunadamente, ahora vuelvo a sentirme cómodo, como cuando no había empezado con este proyecto de divulgación y aprendizaje. Un proyecto personal con raíces culturales y creativas. He tardado más de tres años para conectar con algo que quería hacer, pero no podía. Y aunque me sienta más cómodo, siempre cuesta conectar del todo, porque siempre hay malentendidos, siempre surgen equívocos.
Esta experiencia junto con otras me ha enseñado algo que siempre me ha costado mucho asimilar. Que todo, absolutamente todo, requiere tiempo, paciencia y constancia. No hablo del éxito para con los demás, eso creo que es secundario. Hablo de la conexión con lo que uno hace, con lo que uno quiere conectar, para conectarse consigo mismo. Algo más espiritual, creativo, crear para conectar.
Tal vez, cuando empiece otros proyectos, que lo he hecho (por ejemplo este boletín que me genera verdaderos quebraderos de cabeza porque no veo la manera, el rumbo, y reconozco que no termino de conectar), y lo seguiré haciendo, me sienta igual que cuando empecé el podcast. Por suerte, ahora sé que todo pasa, lo bueno y lo malo. Que lo importante es pensar en el proceso, no en el resultado.
Hace unas semanas estaba leyendo a Agustín Fernández, en La forma de la multitud y me encontraba con un fragmento que habla sobre conectar con algo, y con alguien, algo que seguramente sea muy importante, porque está relacionado con el sexo.
En torno al año 1964, Jacques Lacan pronunció por primera vez una de las frases más crípticas de la filosofía de las emociones: «La relación sexual es imposible», posteriormente enunciada en otras ocasiones como, «La relación sexual no existe». Lo que aquel hombre quería decir es que la relación sexual nunca puede existir como tal relación porque nunca sabemos cómo y de qué manera goza el cuerpo del otro; la relación sexual siempre es asimétrica y la complementariedad entre los dos amantes esa complementariedad esférica, platónica e ideal en la que la tradición nos ha conformado-, tan sólo es una ilusión. Así, la relación sexual no puede darse como relación; por ejemplo, en el acto sexual no hay una relación en sí misma sino que hay el goce de cada cuerpo para sí, para cumplir sus propias fantasías. Pero no asumir esta imposibilidad de relacionarse con otro cuerpo, no reconocer y aceptar esta brecha -que, al decir de Lacan, es radical e insalvable-, conduce a los sujetos a una consecuente angustia, en algunos casos convertida en patología manifestada en celos compulsivos, ansiedad, ataques coléricos y en su caso más extremo, episodios de violencia. El porqué de esa imposibilidad de relación que nos constituye hay que buscarlo más atrás, viene de un lugar insospechado: del lenguaje.
Yo no sé si la relación sexual es imposible tal y como me comentó Agustín en el podcast o como lo describe en el anterior fragmento del libro. Cuando hablaba con Agustín, me dijo que Lacan echó mano del diccionario filosófico de Voltaire que habla que cuando ve a un caballo fecundando a una yegua se da cuenta que esa relación es perfecta porque no tienen lenguaje y su acoplamiento es meramente reproductivo y, por lo tanto, no hay conflicto. En cambio, el ser humano al tener lenguaje, tiene mal entendidos. Lacan dice que la relación sexual perfecta es imposible porque tenemos lenguaje que introduce ambigüedades.
Es posible que con la relación sexual ocurra lo mismo que con el podcast, con los nuevos retos, que la conexión requiera tiempo, y que lo que importa es el proceso.
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Alexis Piquer